Western con aroma a rancio, a lucha de poderes, al enfrentamiento antiguo entre ganaderos y rancheros que buscaban asentarse en el Oeste tras la Guerra Civil Americana, donde primero llegaron los vaqueros que necesitaban grandes extensiones de terrenos y cuya ley era única, no existía delito más grave que el robo de ganado que se penaba con la muerte en la horca, y la prohibición de las cercas que impedían la trashumancia del ganado.
Excepcional el trabajo de Walter Brennan en el papel de Juez de la horca, enamorado hasta las trancas de una actriz de cabaret, Lily, a la que no conoce y de la que únicamente tiene multitud de fotografías, es la pura encarnación de la injusticia hecha Juez en un territorio sin ley donde se autonombra Juez y verdugo, celebrando los juicios en su propio saloon donde corría el alcohol, como no podía ser menos. Un Oscar por su excelente interpretación para este secundario de verdadero lujo.
Y en frente, Gary Cooper, que salva el cuello por pura capacidad intuitiva al comprender lo que LiLy significaba para el Juez, y como no podía ser menos, toma partido por los más débiles cargados de razones, en un enfrentamiento dialéctico con el Juez sobre la eterna lucha del bien y el mal, del ganadero y del granjero.
Excelente fotografía de William Wyler, que logra escenas grandiosas y recordadas con escasos medios, con unos movimientos de cámara que hurtan la presencia del espectador, que en muchas ocasiones parece que esta viendo las escenas furtivamente, escondido detrás de un objeto para que no le salpique una bala pero con la sensación de esta allí, viviendo en primera persona lo que está ocurriendo.
Notable western, un 8.