Paul Thomas Anderson vuelve a demostrar que el cine puede ser poesía visual sin perder nervio ni humor. Una batalla tras otra es una odisea política y emocional donde cada plano, cada respiración y cada acorde de Johnny Greenwood laten al ritmo de la resistencia.
El film arranca como un melodrama sobre la decadencia americana y acaba siendo una sinfonía sucia y hermosa sobre la soledad y la lucha interior. Leonardo DiCaprio está brillante en su torpeza humana y Sean Penn borda un villano que huele a Oscar: feroz, carismático y profundamente triste.
La fotografía en Super 35 mm es pura textura analógica: polvo, luz natural y grano que se sienten casi táctiles. Greenwood firma una banda sonora hipnótica que traduce cada emoción en sonido, desde la rabia hasta la melancolía.
Quizá le sobren minutos y le falte algo de contención, pero Anderson logra lo más difícil: que una película tan política se sienta también íntima, cálida, viva.
🎥 Una batalla tras otra no es solo una historia —es un latido.
Un Dicaprio en un personaje insulso que no aporta nada y un Sean Penn en uno demasiado exagerado.
Unos revolucionarios virados al terrorismo y sin mucha razón de ser.
Unos diálogos que parecen escritos por mi primo de 15 años.
¿La peli del año? Está bien si quieres echar una siesta de casi tres horas, pero en el cine está feo.