Es la rutina diaria para la conductora del tranvía. Como todas las mañanas, los hombres se dirigen a su trabajo, uno por uno, todos iguales, silenciosos, indiferentes, grises. Sin embargo, en este día, entre los choques y las vibraciones de la carretera, y al ritmo de los billetes introducidos, la conductora se excita y el vehículo se torna erótico. El deseo de la conductora transforma la realidad en un frenesí fálico y surrealista. De manera que ella se lanza al asalto de los penes rojos y gigantes de sus pasajeros. ¡Música maestro!
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