Pocas películas han captado con tanta verdad la rabia contenida del obrero convertido en héroe trágico. Richard Harris está descomunal: brutal en el juego, vulnerable en la intimidad. Anderson filma con una energía que parece morder la pantalla, y al mismo tiempo deja espacio para el vacío emocional que todo lo devora.
Un retrato áspero y humano del éxito como condena.