David Cronenberg firma en Videodrome una de esas películas que dividen al espectador entre la fascinación y la desconexión. La atmósfera es hipnótica, los efectos prácticos resultan tan perturbadores como innovadores para su época, y la idea central —la fusión entre cuerpo y tecnología, entre realidad y emisión televisiva— mantiene una fuerza visionaria incluso cuarenta años después.
Sin embargo, el desarrollo se queda corto respecto a la potencia del planteamiento. Cronenberg sugiere mucho pero concreta poco: la trama se disuelve entre lo simbólico y lo grotesco, y el discurso sobre la manipulación mediática termina siendo más intuitivo que verdaderamente analítico.
Aun así, hay mérito en su capacidad para incomodar, en su textura viscosa y en esa atmósfera enfermiza que sólo Cronenberg sabía construir. Videodrome no es una película redonda, pero sí un experimento valiente, extraño y adelantado a su tiempo.
“Larga vida a la nueva carne”, aunque quizás esta vez le falte algo de alma.
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David Cronenberg firma en Videodrome una de esas películas que dividen al espectador entre la fascinación y la desconexión. La atmósfera es hipnótica, los efectos prácticos resultan tan perturbadores como innovadores para su época, y la idea central —la fusión entre cuerpo y tecnología, entre realidad y emisión televisiva— mantiene una fuerza visionaria incluso cuarenta años después.
Sin embargo, el desarrollo se queda corto respecto a la potencia del planteamiento. Cronenberg sugiere mucho pero concreta poco: la trama se disuelve entre lo simbólico y lo grotesco, y el discurso sobre la manipulación mediática termina siendo más intuitivo que verdaderamente analítico.
Aun así, hay mérito en su capacidad para incomodar, en su textura viscosa y en esa atmósfera enfermiza que sólo Cronenberg sabía construir. Videodrome no es una película redonda, pero sí un experimento valiente, extraño y adelantado a su tiempo.
“Larga vida a la nueva carne”, aunque quizás esta vez le falte algo de alma.