Western para la televisión dividido en dos capítulos, que no desmerece en nada los grandes filmes de la gran pantalla firmados por John Ford, por ejemplo. Walter Hill, director más que conocido con casi cuarenta años a la espalda y numerosas películas, algunas de éxito, dirige a Robert Duvall, al que francamente no hace falta dirigir porque es un extraordinario actor que en estos papeles lo borda, parecen que están hechos para él, y a un sorprendente Thomas Haden Church que plasma una de las mejores actuaciones de su carrera.
A los extraordinarios paisajes de las montañas, valles y llanuras del oeste américano, a la nobleza y plasticidad de los caballos, se une la inocencia de un grupo de chinitas destinadas a la prostitución y vendidas como esclavas a principios del siglo XX, no hace tanto tiempo. Por una de esas casualidades del destino, se encuentran con la manada de caballos dirigida por Robert Duvall y su sobrino camino de Canadá, donde iban a ser vendidos los caballos y las chicas, y los vaqueros tras diversos avatares las toman bajo su protección.
Mucha belleza en los paisajes, en la fotografía, en el río donde pasan unos días descansando para profundizar en los personajes, hasta a las chinas se les entienden lo que quieren decir aunque no las comprendas una sóla palabra, con las mínimas y bien rodadas y resueltas escenas de violencia, de muerte y de disparos del salvaje oeste, componen una joya de lirismo acompañados por una banda sonora excelente.
Aunque rodada para la televisión, tiene calidad y contenido más que suficiente para visionarla en la gran pantalla. Un sobresaliente, un 9 para uno de los mejores western rodados en los últimos tiempos.