Señala unos de los mandamientos del cristianismo que "no tomarás el nombre de Dios en vano". Y francamente, mucha gente no se quita a Dios de la boca, por lo que no me extraña que se cabree con la humanidad, primero mandandonos el diluvio universal, y posteriormente, mandandonos a nuestros ángeles de la guardia para que al contrario de su función, acaben con la humanidad.
Pero Miguel no traga con la orden, y sabiendo que hay un niño por nacer que nos puede redimir a los ojos de Dios, se enfrenta a Gabriel, salva al niño y nos da una nueva oportunidad.
En el camino se quedan un grupo anodino de personas que sin comerlo ni beberlo se encuentran en medio del juicio final con armamento pesado para cargarse a unos humanos poseídos por el mal que quieren acabar con el niño y con los que le defienden a toda costa, dejando un río lleno de cadáveres y salpimentado con su sangre.
No se salva nadie en esta paranoia que nos presenta Scott Stewart, ni tan siquiera un avejentado Dennis Quaid.
Suspenso, 4.