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"En su único libro, Desfigurando la antigua Persia: Una petición de destrucción con 9500 años de historia, el Dr. Hamid Parsani observa que la maternidad está directamente conectada a las profundidades más misteriosas del ocultismo y la hechicería trisonómica:

"No contemplo las religiones monoteístas como Serat-o-al-Mostaghim (el camino recto), pero tampoco como diabólicos entes represivos. Simplemente las veo como generosas madres preñadas con sus minorías, miles, millones de ellas; un escorpión hembra desventrado y devorado por sus propios hijos. Esto es lo que Ibn Maymun nos enseñó, el holocausto de las minorías." (H. Parsani)

Todo esto no tiene nada que ver con la naturaleza o con el hecho de que ésta se representa a menudo como una madre. Las funciones de menstruación, fecundación, embarazo, gestación y alumbramiento se originan a partir de un ocultismo profundo ligado a hechiceras (madres no-criadoras) y xeno-matriarcas (brujas criadoras). Según la observación de Parsani, la maternidad conecta con una profunda creatividad ahrimánica* anticreacionista (creatividad pestilencial) y con una ingeniería de minorías. En la tradición elementalista griega, la madre se asocia con el Caos, la madre más vieja, la primera madre, que es la diosa del Aer (aire), el Mistmare. Como la primera diosa de los Protogenoi (dioses elementales), Caos era la madre o la abuela de las otras deidades incorpóreas del aire: Nix (la noche), Érebo (la oscuridad), Éter (la luz), Hemera (el día) y otros daimones.

  • La representación de Ahriman (o Angra Mainyu) que se ha descubierto lo imagina como un demonio con cuernos apuntándose recíprocamente, un rostro extrañamente distorsionado y orejas absurdamente enormes, todo lo cual le da un aspecto ridículo que refleja su método particular de creación: siempre que Ahriman quiere generar una legión, convierte su propio cuerpo en un sangriento matadero de la creación (una respuesta irónica al higiénico método pro-creacionista de su hermano, Ahura Mazda): se corta una parte de su propio cuerpo, lacera un órgano, rasga un pedazo de carne, mutila su cuerpo y, a partir de ese trozo de carne (nasu), crea un culto, una legión de plaga, una religión dedicada a sí mismo. Con el tiempo, las heridas se curan, pero las cicatrices quedan. En todas partes, se pone en marcha una maquinaria de fibrosis (cicatrización excesiva) y pseudo-curación, con hordas de moléculas de colágeno integrándose en regiones de malefacción (creación criminal), nueva carne sobre las heridas pero siempre en la forma de cicatriz. Para Ahriman, siempre hay más carne de la que se necesita para curar las heridas existentes, es un proceso de curación que ha salido mal. El hecho de que la carne o la sustancia del cuerpo pertenezca a Dios o Ahura Mazda hace que la técnica de Ahriman para causar cicatrización excesiva sea creativa en dos niveles: en primer lugar, la remodificación de la carne como sustancia corruptora, o un elemento degradante de desperdicio que no puede ser reciclado por el sistema; y en segundo lugar, la transformación del proceso de curación en una perversión y enfermedad en sí misma. Ahriman se presenta a sí mismo como un creacionista traumático o el creador de una creación pervertida. Recordemos que en Desfigurando la antigua Persia: Una petición de destrucción con 9500 años de historia, Hamid Parsani reflexiona largamente sobre los mecanismos -y en particular las dinámicas de creencia- que participan en el despertar de las sectas y sociedades secretas, desde los cultos Deav- Tasna en Persia hasta los cultos del mitraísmo y el cristianismo, encontrando un género común a todos ellos. Según Parsani, hay una relación manifiesta y fundamental, en todos los cultos y religiones, entre la aparición del culto (ya sea como religión o como multitud ideológica) y una auto-inmolación mológica (im-mola-re: espolvorear con harina sacrificial). Esto último significa servirse a uno mismo como una ambrosía (ambrotos: inmortal) comida para los nuevos seguidores, culto o población, como es en el caso del cristianismo y la tradición eucarística, que simboliza la renovación y orígenes auto-sacrificiales del cristianismo. Parsani sugiere que este principio evoluciona directamente de Zurvan y Angra Mainyu. El auto-sacrificio voluntario de un Dominus, un arconte, de uno de los fundadores o de una entidad superior, transgrede los principios autoritarios y dominadores del sacrificio (la cuestión del sacrificio -dejando de la lado la salvaje animación del exceso en el sacrificio- es saber cómo un regalo que es en sí una fuerza positiva, se convierte en una fuerza de dominación y supremacía) al matarse o mutilarse a sí mismo con el fin estratégico de experimentar una huida desafortunada . Este descenso -pasar de ser Dios o un líder a comida sacrificial (inmolación)- sería, según sugiere Parsani, un paso estratégico hacia nuevas formaciones de poder que son insondables, incluso para los dioses. En cuanto se sacrifica un trozo de carne ara alimentar a la multitud, el dominus o líder es adorado por seres mortales y minorías, en lugar de por dioses o daimones. Sin embargo, a pesar de su incapacidad radical, estos seres miserables o mortales (el culto) poseen el poder de propagar el cuerpo de la deidad sacrificada o líder. Al igual que las partículas de un viento que lleva una enfermedad epidémica, estos seres mortales o superfluos propagan el cadáver del dios en la forma de una epidemia. Estas multitudes miserables son capaces de generar vientos contagiosos que cruzan continentes en cuestión de semanas si no de días. Y al mismo tiempo, pueden pisotear el cuerpo de la mayoría de los imperios monolíticos, haciéndolos arder y destruyendo hasta la parte más íntima de su ser. Esta es la esencia misma de la revolución como inundación. El despertar de nuevas religiones y cultos, sugiere Parsani, sigue estos patrones epidémicos, empezando con la auto-inmolación deliberada de un dios o de un líder. Por otro lado, estas ebrias multitudes acumulan disparidades de población exclusiones mutuas y fricciones intestinas provocadas por la creciente autonomía de la multitud y la ilusión de utilizarla o controlarla. Parsani identifica estas disfunciones o fisiones internas con un "holocausto democrático": yo soy el estallido de una población. Si una deidad o un fundador se sacrifica, es porque en este sacrificio la matanza del yo es igual al embarazo, es decir, a estar preñado de muchos. Estas deidades y líderes auto-inmolados atestiguan que no existe otro sitio de creación heterogénea y participación radical que no sea la población. Y uno sólo se convierte en una población o una legión si paga antes el precio más alto, que es la auto-mutilación y el sacrificio; convertirse a sí mismo en una comida para los pobres, los miserables, los insignificantes. Sólo de esta manera puede un sacrificio sangriento convertirse en la garantía de una difusión epidémica generalizada y de gran alcance. "El sacrificio ahrimanístico", escribe Parsani, "tiene como objetivo no sólo a la desintegración del yo en una población, sino también la inclusión de miles de seres humanos como sanguinolentos pedazos del yo."
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